PLUMCAKE Y SODOMÍA. Un minifiesto

Incansables e inasequibles al desnortamiento observamos, mientras tiramos de nuestras levitas y empalmamos los meñiques, el deslizamiento progresivo de la juventud spleenizada en el hedonístico mundo de la agujerería sodomítica. Lejos de doblegarnos al esprit du temps, engolamos la voz y cacareamos cloqueando a nuestros polluelos, nos miran raro, es normal.

Lejos de pedirle una epilady a los Reyes Magos, nuestras tiernas muchachitas cultivan la mothergodess interior vía la sobaca mora; home brewers arios se transforman en papeles de lija cuello para abajo y cromañones blondie para arriba; imberbes que saben utilizar un bote de desodorante planteados como futuribles repopuladores del planeta. Sentimos elevarse de nuestras más ignotas superficies un grito de alerta. Señalamos la sodomía y se quedan mirando el dedito.

Se nos plantea la responsabilidad de la tarea: una teología deíctica y una taumaturgia sodomizante. Una vuelta a los desmayos de dama decimonónica y al uso de sales y salones, a las petimétricas disquisiciones entre caballeretes de ni media hostia veladas por vapores de brandy y orujo. Queremos botes de betadine para fakear duelos a primera sangre y pañuelos impolutos que caigan al suelo como si fuera queriendo. Lenguajes secretos telegrafiados en miradas equívocas, infraseres que se hacen la pirula un lío, un jaleo todo. Trajes de baño del cuello a los tobillos con sendos orificios para evacuaciones de emergencia, playas más casta diva, ese es el espíritu. Música tonal de bajo continuo, fugada y pelín coñazo, infalible con twerkings y arrimacebolletas. Sodomía, sí, pero de "me hace usted la gracia de concederme su permiso", "pues no faltaría más, sírvase", y "a sus pies", aunque no sean pies, vaya usted a saber, la gente es, ya saben, rarísima.

Un grito unánime es proclamado por calles y plazas, una sana hermandad reúne todo y a todos, a Georg Wilhem Friedrich Hegel le entra la risa tonta, sabrá éste:

¡Plumcake y sodomía!

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