El silencio de Fortunato

Edgar Allan Poe  - The Cask of Amontillado - Harry Clarke - Imagen de Dominio Público
La celebración, el ritual, el sacrificio: nada nos falta en este modélico ejemplo de ruptura del mundo de la cotidianidad, de la repetición, del trabajo, y de apertura, así, del acontecimiento, de la singularidad, de lo sagrado, que es The Cask of Amontillado de Edgar Allan Poe.

La forma puede ser, inicialmente, la de un triángulo, pero la disposición e interrelación de y entre sus vértices es virtualmente infinita: cada vértice es, en sí, nexo del vórtice, su modelo, la espiral. Luchresi es el motor invisible de la acción, el elemento ausente que es, sin embargo, el rival mimético, aquel cuya similaridad sin embargo no idéntica se convierte en modelo y obstáculo para Fortunato. A causa de esa infinitud infinitamente refleja, éste se deja arrastrar de vuelta a las profundidades del útero-tumba primigenio, lejos de la superficie festiva del adecuado baile de máscaras. Del crepúsculo donde la coloración enerva las ambigüedades y los equívocos que propician los atuendos de los embozados, el caos festivo de la celebración, al via crucis cuyo último paso deposita en la caverna matricial, el último cobijo que salda la deuda insaldable pero eternamente reclamada; lo húmedo y viscoso, el abrazo ctónico cuya envoltura revierte a lo vivo la materia de lo vivo, quedando las osamentas como recordatorio feliz de lo que, sin embargo, permanecerá ignorado for the half of a century.

La satisfacción del deseo del vengador se convierte al final en una pugna en el intercambio de horrores enmascarados en la apariencia de las frases. Las risas de Fortunato; “¡The Amontillado!” como respuesta; luego, el juego de espejos; y, gesto maestro, diabólico, el rehuso a contestar, contestación a la muerte con el silencio, contestación al arrullo de la madre invertida con regresión fetal y, tal vez, victoria última de Fortunato sobre su ejecutor.

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