Jean Clair y el arte escatológico

Maman - Louise Bourgeois - Imagen en Dominio Público Fuente: http://commons.wikimedia.org/wiki/File:NGC_Maman.JPG
Jean Clair es, en realidad, el pseudónimo literario de Gérard Régnier. Un tipo importante en la cosa de los museos, las exposiciones artísticas, la crítica y los estudios de historia del arte. Ha comisariado exposiciones y ocupado cargos de responsabilidad en algunos de los museos más prestigiosos del mundo, entre los cuales el George Pompidou y el Picasso parisinos, el Metropolitan de Nueva York o la Galería Nacional de Canadá en Ottawa. Ha sido laureado con importantes reconocimientos, como el de Chevalier des Arts et des Lettres y Chevalier de la Légion d'honneur. Es miembro de la Académie Française. Y ha escrito multitud de monografías y ensayos con el arte como centro de interés principal. En fin, un currículum envidiable y todo lo que se dice una autoridad en el mundillo.

Arena Libros editó hace unos años uno de los ensayos de Jean Clair, el titulado De immundo. Un ensayo no por breve -apenas pasa de las cien páginas- menos jugoso. Por su tema, por la pregunta básica a la que se enfrenta:

Parece que la obra contemporánea desempeña otro registro muy diferente el que juega. El tiempo del disgusto ha reemplazado a la edad del gusto. Exhibiciones del cuerpo, desacralización, rebajamiento de sus funciones y de sus apariencias, morphings [sic] y deformaciones, mutilaciones y automutilaciones, fascinación por la sangre y los humores corporales, y hasta los excrementos, coprofilia y coprofagia (...) el arte se ha empeñado en una extraña ceremonia en donde lo sórdido y la abyección escriben un capítulo inespera-do [sic] de la historia de los sentidos. (...) se plantea el siguiente problema: ¿en qué los responsables de las grandes instituciones culturales, en Cassel, en Londres, en Nueva York, en París, en Venecia, tienen interés en bendecir esta ritualidad de una fisiología desnuda? [P. 1.]
Automáticamente nos viene a la mente otra obra de tema relacionado pero con una perspectiva bastante distinta, y no sólo por su autoría múltiple: La nueva carne: una estética perversa del cuerpo. Donde allí se realiza una celebración más o menos dionisíaca de esa ¿nueva? visión del cuerpo y lo cárnico, lo somático, aquí se convierte más bien en un interrogante no exento de cierta ambigüedad e incluso negación a dar respuesta. Quizá sea necesario mantener este tipo de cuestiones abiertas, negarse a ocluir la pregunta en tanto que tal pregunta. De ahí la conclusión final del libro, justamente una "conclusión" apofática que se niega a serlo:

En el otro borde [de lo bello, de la forma bella], dándole la espalda al rostro, los excreta, ¿de qué forma oscura de lo informe participan, de modo que no pueden ellos tampoco ni dejarse ver ni dejarse describir? Ni el sol ni la muerte pueden mirarse de frente. (...) De otro modo, es siempre la muerte, descomposición, inhumación, barro, fango, stercus, polvo, informe, imponderable, inasequible, innombrable, lo que se os resbala entre los dedos, lo que se estrella en vuestras palmas, lo que se disuelve en vuestras narices, y que no puede dejarse decir.

¿Qué más decir, en efecto, allí donde la palabra, con los sentidos, falla?
He aquí el sentido apofático del subtítulo de la obra. Wittgensteniano, si quieren, aludiendo al conocido séptimo fragmento del Tractatus Logico-Philosophicus. Éste fue, en efecto, uno de los límites que señaló, en relación a las Formas o Ideas, el mismo Platón. El pelo, la inmundicia, en el Parménides, no deben tener Forma correspondiente. Esos elementos que tienden al desorden, a la descomposición, productos desechados por el cuerpo o metáforas de los mismos, escapan de la determinabilidad plenamente acotable, inmóvil, incorruptible y eterna de las Ideas. Lo inmundo no puede ser modelo de nada; ni siquiera pareciera merecer un concepto que no sea negativo en varios sentidos. Porque moralmente es indigno, representando el rebajamiento de aquello más sublime que hay en el hombre y en la naturaleza, e imposible de atribuir a lo divino; y porque en realidad serían conceptos sin nada determinado positivamente en sí, sino, de cierto modo, apofáticos: sin forma, sin consistencia, sin unidad, sin constancia, sin permanencia. Sólo cabría acercarse a ellos de este modo, por eliminación de propiedades positivas, por especulación sobre su procedencia, por un esfuerzo de la imaginación plástica capaz de fijar aquello siempre móvil, evanescente e informe.

O mediante el arte. El arte, ese extraño ente que comparte, quizá, con aquello inmundo, entre otras cosas, el ser inidentificable de modo unívoco. El arte y lo inmundo, extraños entes y extraña alianza. Desde la inspiración teratológica que anima la obra de artistas como Robert Mapplethorne, Joel-Peter Witkin o Diane Arbus, hasta la escatología más hiriente de los accionistas vieneses o David Nebreda, pasando por el éxtasis sagrado de lo erótico en Georges Bataille, la historia del arte del pasado siglo -y hasta hoy- se ha escrito, en líneas primero marginales e incluso herméticas, y a cielo descubierto más tarde, sobre cadáveres, excrementos, podredumbre, semen y toda clase de inmundicias, violando todos los tabúes que se venían repitiendo de modo recursivo de una sociedad a otra, sin ritual ni mediación. Escupidos sobre la tela de pintura, la placa fotográfica, el montaje, el bronce o el papel, asediando de forma cada vez menos provocativa, cada vez menos epatante, el espacio del museo, de la librería, la sala de cine e incluso la calle, la plaza, la ciudad entera. Lo excluido regresa a reclamar sus derechos, unos derechos que nunca había pretendido, y que sin embargo sociedades enteras habían dedicado buena parte de sus energías a ocultar, a acallar. Con sus sacerdotes oficiando a plena vista, fuera de sus landas y bosques de espinos, la celebración de los misterios de la mierda alcanza su paroxismo, se cumple la epifanía de Paul Valéry:
¿Por qué no hará uno el diario de su cuerpo? ¿Me atreveré a escribir "mi cuerpo"? ¿Todo lo que sé al respecto? No mi cuerpo el de los médicos, el que yo me conozco. No sé nada más allá de él. Es mi ciencia, y el límite de toda ciencia, estoy segura, él y sus quehaceres, sus molestias, sus necesidades y sus aburrimientos, sus regularidades y sus desviaciones, sus digestiones, sus reglas y los sucios detalles húmedos del Amor ¿Y por qué sucios? ¿Y qué es sucio entonces? ¡Sucio!... ¿Comer, respirar? ¡Lo que entra es más sucio que lo que sale! Pues lo que sale del ser humano es puro, elaborado, producto sabio de una industria muy complicada ¡Oh cuerpo no glorioso, qué santo hubiera debido amar tu mierda! Interior aún, es sagrada como algo de Yo, y cuando digo "Yo", ella va incluida. Luego se vuelve distinta, aún en mí, e imperiosa. Una extranjera a expulsar. Sin embargo es creación mía, mi obra más importante.*
La escatología cumple los dos sentidos que, accidentalmente, reúne el término. La mierda sagrada, parte de cierto modo de lo que fue uno de los grandes temas de Georges Bataille**. Mierda sagrada que tal vez deba la pérdida de sus efectos a algo que éste describió, y que conllevaría la pérdida, al menos la debilitación de, precisamente, la cualidad sagrada en la liturgia artística. El momento del ir más allá del límite, el momento sagrado de la transgresión, deja de ser algo reservado para el acontecimiento de la celebración, acontecimiento único cuya cualidad es la de la repetición cada vez única, acontecimiento opuesto al mundo del trabajo, del operar dentro de los límites y de la repetición igual a sí. Rotas las barreras, anulada la prohibición que inaugura el ámbito de la transgresión sagrada, el acontecimiento, donde el deseo y todos sus avatares en forma de corporalidad se desbordan hacia la trascendencia más allá del límite, queda reintegrado en el mundo del trabajo. Desaparece o, cuando menos, se minimiza su halo, emitido hacia donde no lo podemos seguir ya: recluidos, en el hueco.



*Paul Valéry, "Diario de Emma", en: Monsieur Teste, Madrid: Visor 1999, p. 80.
**P. ej. El erotismo, Barcelona: Tusquets, 4ª ed. en col. Ensayo 2005.

Jean Clair. De immundo: Apofatismo y apocatástasis en el arte de hoy. Traducción de Santiago E. Espinosa. Madrid: Arena Libros 2007.

1 comentario:

  1. Gran artículo.
    La nueva carne de Cronenberg fue la que me hizo descubrir las posibilidades artísticas de la putrefacción.

    Seguiré leyéndote.

    Un saludo.

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