Si Thomas Mann no va a la montaña

Imagen en Dominio Público. Autor: Nobel Foundation. Fuente: Wikimedia Commons

Prospectiva. En 1924, Thomas Mann publica La montaña mágica, donde tienen lugar las disputas entre el judío jesuíta Naphta y el italiano masón Settembrini. En 1929, Ernst Cassirer y Martin Heidegger se encuentran en Davos. Ecos de las tempestades de acero jüngerianas. Onda de halo cuyo envolvente ya se ha transmitido.

Libro con estigmas. La morosidad en las descripciones de lo cotidiano, las flexiones y reflexiones del tiempo cronológico frente al tiempo subjetivo, traen otras reverberaciones, otros huecos. Parecidos de familia, cosas del Zeitgeist, celoso de sus estandartes. ¿Importa? Nunca ha habido un derrumbe de las analogías.

Hans Castorp, el medio, el hilo conductor, el catalizador, el nodo por el que pasan todos los ciclos.  Medio guiñol, medio superhombre. Naphta y Settembrini, los charlatanes, los pretendientes del tikún olam, como ellos, en todos los estratos, siempre los hemos hallado, perdidos en la totalidad y para la totalidad. Madame Chauchat, Clavdia, a la que Castorp sólo podrá tutear en privado, y con la que se las arreglará para no tener que hacerlo en público, como con su otro amor inconfesado, ¿inconfesable?, Mynheer Peeperhorn. O Joachim Ziemssen, el guerrero, el soso adalid del honor.

¿Quién no iba a enamorarse de Clavdia Chauchat? O de Herr Peeperhorn, según el caso, incluso de ambos, como el propio Hans Castorp. Llegar hasta ellos cuesta su camino. Después de más de trescientas páginas, uno no sabe si ya ha comenzado la novela. Claro que, al terminarla, la pregunta persiste; es una novela donde comienzo y final son palabras con poco sentido, ninguno, quizá.

Un extravío en la nieve. Un duelo con final imprevisto. Un Lieder bajo el fuego. Una conversación en francés. Un remedo de la purga de libros del Quijote, pero musical. La piel del cuadro. Vuelta al servicio. Termómetros y manjares. Alguna borrachera. Radiografías en prenda. Enfermedades, enfermos, muertes, muertos. El discreto encanto de la burguesía. La servidumbre invisible. ¿De quiénes? Tempus fugit. Cuerpo, alma y espíritu.

Thomas Mann recomendaba leer dos veces el libro. O abandonarlo pronto, si no conseguía entretenernos. Utilizaba una analogía musical. Una sinfonía. O una ópera, con sus leit motivs. Temas y variaciones. Más notas la próxima vez.

1 comentario:

  1. La novela tiene truco como La muerte en Venecia. Thomas Mann y el jodido Hades. El pasaje de la radiografía es la polla. Es símbolo en vena. Eso sí yo le quitaba una doscientas páginas.

    ResponderEliminar