PETER WINCH: CIENCIAS SOCIALES Y RELATIVISMO

Peter Winch. The Idea of a Social Science and its Relation to Philosophy
ÍNDICE

INTRODUCCIÓN
LA FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES DE PETER WINCH
Marco general.
La concepción subordinada de la filosofía.
Realidad, inteligibilidad y lenguaje.
Seguir una regla.
Conducta significativa: razones, justificaciones y hábitos.
Explicación y comprensión. Regularidades y predicciones.
CONCLUSIONES: LA CUESTIÓN DEL RELATIVISMO
BIBLIOGRAFÍA
NOTAS

INTRODUCCIÓN

Al filósofo británico Peter Winch (1926-1997) le debemos, entre otras cosas, un ciertamente controvertido acercamiento a la filosofía de las ciencias sociales que, dicho brevemente, aplica la noción wittgensteniana de seguir una regla y se decide por el modelo de comprensión (1) por lo que hace al estudio de la sociedad. Sus tesis al respecto aparecen principalmente en dos obras: el libro Ciencia social y filosofía (1972; obra original: The Idea of a Social Science and its Relation to Philosophy, 1958), y un artículo posterior, Understanding a primitive society (1964). Ambos han sido textos muy leídos y debatidos por los especialistas (vid. Marrades Millet, 1998, passim), dividiéndose sus lectores entre quienes han preferido destacar su aportación, digamos, positiva a la materia, y quienes, en cambio, han visto asomar en su obra el tópicamente temido espectro del relativismo. Resumo, a continuación, algunos de los puntos que, al respecto, considero que han sido interpretados de un modo más polémico.
En primer lugar, Winch reivindica clara y explícitamente un papel para la filosofía en sus vertientes ontológica y epistemológica, incluyendo la posibilidad del uso de ciertos enunciados a priori en el análisis filosófico. Algo que, dentro de cierta tradición más o menos analítica, más o menos neopositivista, quizá sonase demasiado metafísico, ergo no demasiado digno de crédito. Por otra parte, Winch parece optar por un marco de comprensión filosófica en el que ámbitos tan diversos entre sí como el del arte, la teología, el estudio social o la ciencia son puestos en un plano común, sin una jerarquía epistemológica que otorgue preeminencias, y de cierto modo igualándolos entre sí en tanto que modos diversos, pero epistemológicamente neutros, de acercamiento a la realidad en su conjunto. No costará imaginar cómo debió caer esto entre los más acérrimos defensores de la superior racionalidad de la explicación científica respecto de la aprehensión de la realidad. Y, al hilo de lo anterior, su apuesta por la comprensión aplicada a la explicación social es puesta en funcionamiento de modo tal que, bajo cierta interpretación, eliminaría la posibilidad de un marco normativo de racionalidad universal, compartido entre todas las sociedades, que permitiera una traducción salva veritate entre las peculiaridades de unas a otras, donde pudieran confrontarse los contenidos particulares con el contenido de verdad garantizado por el marco normativo universal. De este modo pareciera caer en una suerte de relativismo sociológico que podría emparentarse, mutatis mutandis, con el de otras propuestas bien conocidas. En lo que sigue, trataré de exponer las líneas maestras de la filosofía de las ciencias sociales de Peter Winch, principalmente a través de su obra Ciencia social y filosofía. Y, a partir de mi lectura, presentaré unas conclusiones en las que mostraré cuando menos un mínimo acercamiento al problema del relativismo que aparece ligado a sus tesis.

LA FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES DE PETER WINCH

Marco general.

En su libro Ciencia social y filosofía Peter Winch va a tratar, como horizonte más general, de realizar un examen crítico de la relación existente entre los estudios sociales, la filosofía y las ciencias naturales. Se tratará, en efecto, de señalar cada uno de dichos ámbitos y otorgar a cada cual su papel distintivo, a fin de marcar las tareas y procedimientos singulares que puedan tener cabida en los mismos. Así pues, Winch lanza este aviso: “La filosofía no tiene derecho a ser anticientífica, pero igualmente debe estar alerta frente a las pretensiones extracientíficas de la ciencia.” (Winch, 1972, p. 10). De lo que trata de prevenirnos es, por un lado, de ciertos modos de hacer filosofía a espaldas de la ciencia, a través de un estudio de la realidad puramente a priori, mediante categorías filosóficas abstractas desligadas de todo estudio empírico. Bajo este proceder quedarían localizados ciertos pensadores de la tradición continental (2) como, digamos, Hegel. Ahora bien, al tiempo, Winch estaría en contra de ciertos reduccionismos cientifistas, los cuales quisieran establecerse como marcos normativamente superiores de racionalidad, formando una perspectiva privilegiada y excluyente como modo de acceso a la realidad. Veremos un ejemplo más o menos implícito, más o menos explícito de esta concepción en el punto siguiente.
Por otro lado, “Todo estudio de la sociedad digno de mérito debe poseer carácter filosófico, y toda filosofía que valga la pena, ocuparse de la índole de la sociedad humana.” (Winch, 1972, ibid.) Con esta idea insiste en que la ciencia sería, por sí sola, de algún modo insuficiente en su empeño de captación de la realidad, cuando menos, social, ya que debiera ser complementada con ese “carácter filosófico”. Y, a la vez, la filosofía ha de guardarse de formular sus propuestas en un puro vacío abstractivo, desligado de la sociedad de la que debe dar cuenta. La relación, entonces, entre ciencia, sociedad y filosofía ha de ser una relación imbricada, de comprensión complementaria, pero al tiempo sin jerarquías ni imposiciones normativas de unos ámbitos a otros.

2. La concepción subordinada de la filosofía.

Winch señala cuál es, a su parecer, el estatus de la filosofía que se sigue de lo que llama la concepción subordinada. Y éste va a ser el modelo que empleará como punto de partida para definir, en oposición a éste, su propia propuesta. Así, según una cierta tradición, empirista desde su origen, iniciada por Locke y presente en nuestros días en filósofos como Ayer o Ryle, la ciencia empírica sería la encargada de proporcionarnos un conocimiento cada vez más completo de la realidad, mientras que el papel de la filosofía estaría netamente subordinado al de la ciencia. Éste consistiría en despejar el camino para el avance de los saberes positivos a través de la eliminación de obstáculos presentes en aquellos, en forma de contradicciones, inconsistencias, etc., mediante el análisis lógico y lingüístico. Según una imagen ya empleada por Locke, a la filosofía le tocaría enfundarse el mono de trabajo y funcionar como una suerte de obrera subordinada (underlabourer), realizando las tareas que mantendrían engrasada y a pleno rendimiento la maquinaria realmente fundamental, la de la ciencia experimental, al modo como un mecánico se encarga de sustituir bujías o desatrancar carburadores. A la filosofía le queda, pues, dedicarse a las dos áreas que han sido las típicas en la tradición analítica: la filosofía de la ciencia y la filosofía del lenguaje ―incluyendo la lógica―, manteniendo en todo momento la perspectiva de contribuir al óptimo funcionamiento de las ciencias.
Siempre según Winch, el que cierta tradición filosófica, como hemos visto, haya tratado de arrogarse el conocimiento privilegiado de la realidad a través de sus análisis meramente abstractos, conceptuales y a priori, no justificaría el abandono del proceder propiamente filosófico como un todo. De hecho, en la concepción subordinada de la filosofía el papel de la ontología y la epistemología quedaría, en principio, anulado en favor de las disciplinas citadas. Y la vigencia de este papel es precisamente lo que va a reivindicar Winch, incluyendo la posibilidad de utilizar ciertos conceptos a priori en su proceder.

3. Realidad, inteligibilidad y lenguaje.

Teniendo en cuenta, según hemos visto, cuál es la función que le queda a la filosofía bajo una cosmovisión (neo)positivista, Winch va a establecer una suerte de criterio de demarcación entre las tareas propias de la ciencia y la filosofía que le permitirá establecer una alternativa respecto de las propias de cada una. En sus palabras: “El científico investiga la naturaleza, las causas y los efectos de cosas y procesos reales particulares; al filósofo le interesa la naturaleza de la realidad como tal y en general (...) es una pregunta conceptual; tiene que ver con la validez del concepto de realidad.” (Winch, 1972, p. 15). De este modo, mientras que la ciencia realiza su acercamiento para despejar la inteligibilidad de la realidad a través de la atención a elementos que en dicha realidad son particulares, concretos y, de hecho, empíricos ―luego a posteriori―, la filosofía se dirige a la realidad considerada como un todo, más allá de sus particularidades, abriendo con ello la posibilidad del uso de conceptos a priori. La pregunta por la totalidad de la realidad, o la realidad como tal, es, por supuesto, una pregunta ontológica y, para Winch, una cuestión no sólo lícita, sino de necesaria formulación. Ahora bien, “Preguntar si la realidad es inteligible implica preguntar qué relación existe entre pensamiento y realidad. Considerar la naturaleza del pensamiento nos lleva también a considerar la naturaleza del lenguaje.” (Winch, 1972, p. 18). Debido a esta conexión insoslayable entre realidad, pensamiento y lenguaje ―su correlación, según un término predilecto de Quentin Meillassoux―, el análisis ontológico planteado en la cuestión por la realidad deberá hacerse a través de la mediación del lenguaje, en tanto que este expresa el pensamiento que, a su vez, nos conecta con la realidad (3). Lo que tratará de hallarse, entonces, es un concepto de realidad adecuado a la hora de dar cuenta de la totalidad de la misma y de hacerla, por tanto, inteligible para nosotros.
El modo de hacer inteligible el concepto de realidad nos conduce, de la ontología, al ámbito de la epistemología. Winch constata que, de hecho, existen diversos modos o “estilos” de aprehender la realidad, de hacerla inteligible. Está, por supuesto, el científico, pero también el social, el histórico, el religioso o el artístico. Winch no está dispuesto a conceder una posición privilegiada a ninguno de ellos, sino que aparecerían, más bien, en un plano axiológicamente neutral. De ahí que reclame una atención y estudio pormenorizados de cada uno de esos ámbitos, para, a continuación, abrir la posibilidad de ponerlos en común, analizando cuál es el acceso propio a la realidad de cada cual y qué aspectos de la misma nos ofrecen, y cómo lo hacen. Filosofía de la ciencia, filosofía de las ciencias sociales, filosofía de la historia, filosofía de la religión y filosofía del arte serían, entre otras posibles, las disciplinas particulares encargadas de cada acercamiento respectivo.
Winch reclama, de acuerdo a alcanzar una comprensión capaz de aprehender adecuadamente las peculiaridades de cada ámbito, una cierta disposición previa del filósofo respecto de cada área de estudio. Así, el filósofo de la religión deberá tener algún tipo de sentimiento religioso ―o, cuando menos, la capacidad de empatizar con dicho sentimiento―; el del arte, cierta sensibilidad artística, etc. La finalidad última sería, entonces, alcanzar una comprensión global del concepto de inteligibilidad a través de todas las aportaciones de todos los “estilos” posibles, conformándose con ello la tarea, autónoma, positiva y sintética, de la filosofía en general. En el apartado siguiente, veremos cuál será la herramienta fundamental en uno de esos ámbitos concretos, el social.

4. Seguir una regla.

El concepto básico que Winch va a emplear de cara a su uso en el análisis de la sociedad será el wittgensteniano de seguir una regla. En las Investigaciones filosóficas dicho concepto es utilizado, esencialmente, en el ámbito del análisis lingüístico; el paso que dará Winch será el de emplearlo en la comprensión de la sociedad humana. Así, utilizará repetidamente el funcionamiento del lenguaje como, por así decir, metáfora del propio funcionamiento de la sociedad, estableciendo diversos paralelismos entre los ámbitos lingüístico y social.
Es precisamente a partir de un problema lingüístico como alcanzamos la noción de seguir una regla. Se trata de la cuestión de cómo llegamos a establecer una definición, o cómo aprendemos a ligar un referente con el nombre que lo refiere, una de cuyas propuestas de solución es la de la definición ostensiva, esto es, por señalamiento directo del objeto al tiempo que se indica o se profiere de algún modo el nombre de aquello señalado. La cuestión es: ¿qué significa que damos el mismo significado a una palabra en todos los casos donde ésta se aplica? Winch plantea un experimento mental ―que recuerda poderosamente, por no decir que resulta sustancialmente idéntico, al del famoso gavagai de Quine― para poner en cuestión dicha solución. Así, imaginando un avión que sobrevuela unas montañas, uno de los pasajeros señala una montaña en particular, al tiempo que emite una determinada cadena de sonidos. Otro de los pasajeros, que no habla el idioma del primero, se pregunta a qué puede referirse: podría ser el término genérico “montaña”, el nombre de esa montaña en particular, la nieve que corona la cima… El recurso a los diccionarios, si no puede establecerse un primer acercamiento a los significados mediante definiciones ostensivas, es fútil: resulta obvio que, para comprender las definiciones dadas en ellos, hay que tener ya una base lingüística previa, que es lo que pretendería darnos la noción de definición ostensiva. Si ésta no es capaz de establecer unívocamente los significados, resultará inútil para el fin propuesto.
Así pues, Winch, siguiendo en esto, como decía, a Wittgenstein, propone como alternativa la noción de seguir una regla. Cuando lo hacemos, tal y como Winch lo entiende (sea en el lenguaje, en la vida cotidiana, en la interacción social...), nos aparece un criterio funcional de cara a su uso correcto: el que se pueda cometer un error, renunciar conscientemente a seguirla, etc., con lo que las personas que nos rodean pueden señalarnos, precisamente, que no estamos usando la regla, o no lo hacemos correctamente. Nótese que el criterio aplicado aquí es dependiente del uso social; de hecho, Winch, nuevamente con Wittgenstein, va a negar la posibilidad del lenguaje privado. Sin un entorno social, el cual nos sirve para comprobar cuándo estamos utilizando bien o mal una regla, no hay posibilidad alguna de formular un lenguaje.
Con la noción de seguir una regla, tenemos ya trazado el camino que Winch propone para el filósofo, en general, y el filósofo social, en particular. Así, dicho camino partiría de la ontología, que ligaría la pretensión de hacer inteligible la realidad en tanto que tal con el pensamiento de dicha realidad y su concreción en el lenguaje ―en el concepto de realidad―. De aquí nos dirigiríamos a la epistemología, que trataría sobre cómo hacemos inteligible la realidad a través de diversos “estilos” lingüísticos (en la ciencia, el arte, la historia, la religión o las ciencias sociales), permitiéndose aquí el uso de ciertas nociones a priori y el acercamiento comprensivista. Finalmente, una vez insertados en el estudio de las ciencias sociales, la noción conductora a priori (ya que, claramente, no se trata de una noción empírica) de cara a alcanzar una comprensión (inteligibilidad de la realidad social a través de un acercamiento empático y no necesariamente causal) de la realidad social será la de seguir una regla.

5. Conducta significativa: razones, justificaciones y hábitos.

Acabamos de ver cómo las reglas tienen una función significativa, en tanto que sirven como criterio de significatividad tanto en su uso lingüístico como en el social: nos sirven para decidir si algo (una acción o conducta, una emisión lingüística) es realizado con sentido, esto es, de acuerdo a reglas, las cuales deben entenderse como formando parte esencial de formas de vida. Si aceptamos que la conducta social está regida, al modo de la lingüística, por el uso de reglas, las cuales otorgan sentido en el contexto de formas de vida, entonces podemos afirmar que la conducta social es una conducta significativa.
La conducta significativa está ligada, para Weber, al empleo de motivos y razones. Los motivos son las circunstancias que, para el que actúa, se convierten en razones. Ahora bien, motivos y razones parecerían tener un enfoque puramente causal: dados ciertos motivos, hay una razón (causa) para que a haga X (efecto). Esto cuadraría en un enfoque de explicación, en el mentado sentido de von Wright. Winch percibe el esquema weberiano como insuficiente, con lo que va a realizar su crítica y a ofrecer una alternativa comprensivista. Para ello, nos ofrece un nuevo experimento mental. Supongamos que un profesor, en una clase, anuncia a sus alumnos que la clase siguiente no tendrá lugar, ya que debe volar a otra ciudad, digamos que para realizar una conferencia. En el esquema weberiano, el motivo de no dar la clase es el conjunto de circunstancias que se lo impiden (tener que dar una conferencia en otra ciudad, con lo que debe volar hacia ella, no puede volver a dar la clase a tiempo, etc.); la razón dada es la de tener que dar una conferencia en otra ciudad. Ahora bien, para Winch, lo que estaría haciendo en realidad cuando les explica el asunto a sus alumnos no sería tanto estar dando una razón de su ausencia futura, sino que más bien estaría justificando dicha ausencia. La idea general es la de que, dados ciertos motivos, a puede hacer X, y justificar por qué lo hace en base a seguir ciertas reglas, pero no es necesario (causalmente) que lo haga. El profesor, entonces, justificaría su ausencia futura en base a reglas del tipo que, por ejemplo, considerarían permisible que un profesor se salte una clase ante compromisos del tipo “dar una conferencia”. Ahora bien, el profesor podría decidir en cualquier caso no dar esa conferencia, independientemente de que acuda finalmente a la clase prevista o no. La regla justifica el que algo pueda llevarse o no a cabo en el marco de una conducta significativa ―con sentido, esto es, comprensible y aceptable para los observadores―, pero en ningún caso obliga causalmente a que cierta conducta sea de tal y cual manera, como sí parecería implicar el que los motivos se conviertan en razones.
Así pues, la acción social con sentido funciona en paralelo al uso de reglas en el lenguaje. Una vez establecida una regla para denominar algo (digamos que llamaré “vaso” a cierta clase de objeto, que normalmente usaré para tomar líquidos, etc.), lo que hago es comprometerme a usar esa denominación en el futuro de forma coherente con la regla que he aprendido para hacerlo. En caso de no hacerlo correctamente (si, por ejemplo, llamo “vaso” a una botella, por más que ésta también me pueda servir para beber), algún observador de mi entorno con la regla aprendida correctamente puede señalarme ―y muy probablemente lo hará― mi error. En cualquier caso, ante cualquiera que trate de objetar mi uso de la regla en la denominación, siempre puedo tratar de justificar su uso: no hay una necesidad causal, predeterminada, en el uso de las reglas, sino cierta variabilidad dependiente de las peculiaridades del sujeto, el contexto, etc. Lo que sí pueden detectarse, por supuesto, son ciertas regularidades en el uso de reglas. La detección de dichas regularidades, confirmadas por las propias reglas, es precisamente una de las herramientas básicas del análisis del lingüísta y, por la extensión que Winch nos permite, del científico y el filósofo social de cara a la comprensión de la sociedad a la que dirija su mirada.
Otro elemento a distinguir en la conducta significativa es el del hábito, como opuesto al aprendizaje de una regla. Podría pensarse que las reglas son aprendidas por mera repetición hasta ser, de algún modo, internalizadas, un poco al modo en el que podemos enseñar a una mascota a que realice una acción determinada ante la presencia de cierta señal o estímulo; el hábito sería subsumible, de este modo, a un esquema causal. Ahora bien, el aprendizaje según el modelo del hábito tan solo parecería garantizar que seamos capaces de repetir la acción o comportamiento aprendidos tal cual, sin variación, sin capacidad de otorgar novedad: al estímulo o señal A seguirían la acción o comportamiento B, y esto sería todo. De hecho, al seguir una regla bien puede darse el caso, común con el mero hábito, de que tal regla no sea seguida de manera consciente o explícita. En tal caso realizamos una acción o asumimos un comportamiento ante una situación determinada, pero pareciera que lo hacemos de modo automático, sin reflexionar ni decidir sobre ello. Ahora bien, por más que una regla no sea necesariamente consciente, ni explícita, sí que debe poder detectarse cuándo es seguida correctamente, y esto, de nuevo, mediante las reacciones de los individuos de nuestro entorno social. De nuevo en paralelo a los usos lingüísticos, parece claro que cualquier hablante de una lengua puede usar ésta con competencia sin tener conocimientos explícitos de su gramática, esto es, sin ser consciente de las reglas concretas que regulan su uso. Y, sin embargo, cada hablante es capaz de generar nuevas figuras lingüísticas en número potencialmente altísimo, y no meramente las memorizadas, sino en combinaciones cada vez distintas, o bien utilizar las ya conocidas en situaciones completamente distintas; la corrección ―-sentido―- será siempre dependiente de su aceptación ―comprensión―- por parte de su entorno.
Lo que distingue, entonces, comportamiento significativo, según el paradigma de seguir una regla, del hábito, es la capacidad, ante el primer caso, de actuar yendo más allá de aquello meramente aprendido, de realizar una simple imitación de un modelo. Así, digamos que me enseñan a contar usando una regla. Una vez aprendida la regla para hacerlo, está claro que si, digamos, alguien escribe el número “3141592” y me piden que continúe, seré capaz de hacerlo, por más que jamás lo haya intentado con anterioridad en esta secuencia en concreto. Esto es claramente distinto de, digamos, memorizar los cien primeros números naturales. Si con ello no aprendiera, al tiempo, la regla que permite continuar la serie, sería incapaz de añadir un número posterior al cien. En el caso de la acción social significativa, digamos que aprendo a saludar. Aunque sea una sola figura social, en realidad es obvio que hay muchos modos de hacerlo, dependiendo del contexto, la persona, etc. Un aprendizaje de esto por mero hábito reduciría la fórmula a una respuesta determinada por situación aprendida, y eliminaría la adaptabilidad necesaria.

6. Explicación y comprensión: regularidades y predicciones.

Winch utiliza a J. S. Mill como ejemplo de explicación en ciencias sociales. Éstas son, para éste y de forma ideal, reductibles a las ciencias naturales. Para alcanzar resultados exitosos las ciencias sociales deben adoptar los métodos de las naturales, y es de esperar que llegará un momento en el que las ciencias sociales avancen hasta ser capaces de explicar causalmente toda la sociedad humana, al modo en el que, digamos, la física explica las mareas, etc. Esto parte de la convicción de que, allí donde puedan establecerse uniformidades, es posible establecer nexos causales al modo de las ciencias naturales. En el caso de las ciencias sociales, las variables a tomar en cuenta son más complejas que en las otras ciencias, pero ello no es óbice para extraer, cuando menos, “generalizaciones estadísticas” (Winch, 1972, p. 67) cuya validez, aplicada a las masas, será, en tanto estén bien diseñadas, adecuada. En último término, todos los enunciados que sean de aplicación al estudio de las sociedades serán derivaciones de enunciados psicológicos, los cuales serán la base última de todo estudio social. Más recientemente, T. M. Newcomb ha realizado una propuesta similar, aunque para éste el núcleo del que tomar puntos de partida sería la fisiología, y no la psicología, que sería en todo caso derivada de, y reductible a, la primera.
Ahora bien, para Winch lo que distingue las ciencias sociales de las naturales no es que las primeras sean simplemente más complejas, en el sentido de que la mayor presencia de variables haga que resulte más difícil descubrir uniformidades. Tomando una distinción presente en Hegel, Winch hace notar que un cambio cuantitativo en el grado de complejidad implica un cambio cualitativo, lo cual requiere de una expresión en conceptos lógicamente distintos. Aquí se aplica el análisis de la diferencia entre explicación y comprensión que hemos visto anteriormente: comprender algo en ciencias sociales como, por ejemplo, descubrir los motivos de una acción, es algo que puede hacerse sin apelar a causas de base psicologista o fisiologista y, de hecho, en la mayoría de casos es más conveniente. Para Winch, lo que en todo caso ilumina una acción significativa es su análisis de acuerdo al concepto de seguir una regla, y no su reducción a estados psicológicos o fisiológicos, en los cuales el conocimiento científico de base sería el de las ciencias naturales.
Tomemos el caso de los análisis estadísticos en ciencias sociales. Winch afirma que la mera estadística, tratada al modo como pueda serlo en las ciencias naturales, es insuficiente de cara a comprender la realidad social que supuestamente refleja. Empleando nuevamente un paralelismo con el lenguaje, Winch imagina que tomamos un libro, escrito en un idioma X, que nos resulta desconocido, y realizamos un análisis estadístico sobre la recurrencia en dicho libro de un determinado número de palabras. Podemos luego generar tablas, jerarquizar resultados, etc. y, sin embargo, no estamos más cerca de comprender el idioma en el que está escrito, o sacar cualquier tipo de resultado relevante sobre el libro en sí, que al principio. Lo que necesitamos, si queremos que la estadística genere algún resultado mínimamente interesante, es un trabajo previo respecto a la comprensión de las reglas que ligan los términos del libro a sus referentes, que otorgan sentido a las oraciones, etc. En el caso de los estudios sociales se aplica, en esencia, lo mismo: de una estadística cualesquiera ―-digamos, de intención de voto―- no podremos extraer ningún resultado significativo si no comprendemos las reglas internas de la sociedad sobre la que se ha realizado el estudio estadístico: reglas sobre partidos, sistema de votación, ideología de los candidatos, etc. Es necesaria, pues, una inmersión previa y empática en la sociedad, de cara a poder comprender adecuadamente las reglas que son seguidas en el tipo de situaciones, contextos, instituciones, etc. que quieran investigarse. La comprensión reflexiva del científico social debe comprender la conducta irreflexiva de quienes son estudiados, por lo que es necesario cierto grado de empatía, de sensibilidad compartida. Y ello, como ya había señalado, en todos los ámbitos, no solo en el de las ciencias sociales: un estudioso de la religión debe poder alcanzar cierto sentimiento religioso; uno de la estética, cierto sentido estético, etc.
Llegamos ahora a establecer que las ciencias sociales deben investigar regularidades, lo cual equivale a investigar el tipo de regla usada para formular juicios de identidad. Esos juicios solo son inteligibles si refieren a un tipo de conducta humana regido por reglas: la pregunta a formular es: ¿qué significa que algo que pueda estudiar el filósofo o el científico social, como, digamos, cierta acción significativa, es la misma acción en al menos dos casos distintos? En tanto que la acción social significativa está regida por reglas, encontramos una dificultad paralela a la señalada por Wittgenstein en el caso del juego. Existen tantos tipos de situaciones a las que se puede aplicar el concepto de juego, y éstas son tan heterogéneas, que resulta virtualmente imposible definir el alcance de dicho concepto y, sin embargo, normalmente somos capaces de aplicarlo correctamente. Así, por más que parece imposible agotar a priori la extensión de las posibles acciones sociales significativas, en tanto seamos capaces de identificar las reglas que han sido utilizadas en cada acción en concreto, estaremos en condiciones de analizar dicha acción y establecer ciertas regularidades en su uso generalizado: una vez se adquiere la comprensión de las reglas que rigen la conducta de alguien en un contexto social determinado, puede predecirse, hasta cierto punto, cómo se va a comportar, aunque luego no lo haga de ese modo (el comportamiento no es, en general, causal: existe una indeterminación del comportamiento social, debe tomarse en cuenta la cláusula ceteris paribus, etc.) Lo que, en todo caso, permanece, es el hecho de que el adoptar una regla, en su uso social como en el lingüístico, me compromete ―-aunque no me condicione con una necesidad causal―- a actuar de la misma manera ante una situación equivalente.
Notablemente, si estudiamos la actividad de la ciencia natural, Winch afirma que es tan necesario el atender al tipo de fenómenos que investiga dicha ciencia, como a las relaciones entre los propios científicos, acercándose aquí a ciertas nociones presentes en el Strong Programme de la SSK. De ello se sigue que la ciencia está, de algún modo, condicionada por las reglas que rigen las interacciones sociales, interviniendo con ello un sesgo subjetivista, y acercando a la ciencia a cualesquier otro producto intelectual igualmente condicionado por las interacciones sociales, donde la diferencia estaría, en todo caso, en tomar de partida distintos conjuntos de reglas. La inteligibilidad (explicación) científica no tiene, pues, preeminencia en lo que atañe a la comprensión de la realidad: es solo un modo más de hacerla inteligible. Resulta, de acuerdo al análisis de Winch, insuficiente en cuanto a la comprensión social; de ahí que el filósofo deba acercarse a cada tipo de área (filosofía de la ciencia, de la estética, de la religión, de las ciencias sociales) en sus propios términos y con un tipo de comprensión empática distinto. No hay una jerarquía entre ámbitos, pues “la realidad no tiene clave alguna”. (Winch, 1972, p. 96). Y, por esto, la filosofía debe adoptar un criterio no comprometido con ningún ámbito en particular. En las ciencias sociales, las ideas de una sociedad dependen de su contexto social (modos de vida), y el contexto social se forma según ideas (relación interna). Por eso las ideas, comportamientos, reglas, etc. solo tienen sentido en su contexto social; no pueden imponerse normas desde una perspectiva externa. En palabras de Wittgenstein, al que cita Winch (1972, p. 97), “la filosofía deja todo como estaba”.

CONCLUSIONES: LA CUESTIÓN DEL RELATIVISMO

A la luz de lo que hemos visto, estamos en condiciones de afirmar que la filosofía de Peter Winch se opondría a un buen número de proyectos naturalizadores y reduccionistas respecto al hacer inteligible la realidad partiendo desde la ciencia, desde Comte o las citadas tesis de Mill, hasta el neopositivismo o el materialismo eliminativo de los Churchland. Cualquier iniciativa, entonces, que trate de otorgar una preeminencia al método científico y a los resultados de la ciencia positiva y que, con ello, trate de subsumir cualquier otro modo de conocimiento de la realidad a su marco, desde el cual deberá poder explicarlo causalmente, deberá aparecer como opuesto a la filosofía wincheana. Ahora bien, por extensión y por la igualación exigida por el autor, si cualesquiera propuesta de análisis de la realidad se afirmase con similares pretensiones (digamos que una cosmovisión religiosa, estética, historicista, filosófica…), igualmente debiera considerarse como contraria a Winch.
Ahora bien, de su filosofía se siguen, en una lectura más o menos radical, ciertas consecuencias que incluso otro tipo de propuestas de alcance, digamos, más modesto y sin pretensiones, en principio, cientifistas y/o reduccionistas, consideran, cuando menos, incómodas. Así, sus ideas han merecido críticas severas de autores como Alasdair MacIntyre, Steven Lukes, Martin Hollis, Larry Laudan, Karl Otto Apel o Jürgen Habermas (cf. Marrades Millet, 1998, passim). Lo que parece común a la propuesta de Winch es su capacidad para generar descontento en autores y tradiciones de todo el espectro filosófico, en tanto que prácticamente cualquier intento de defensa de unos mínimos de racionalidad, objetividad, etc. potencialmente universalizables parecería puesto, según ciertas interpretaciones, en cuestión en el tratamiento wincheano. Ello le emparentaría, como señalaba en la introducción de este texto, con ciertos autores y corrientes que han utilizado los análisis sociológicos para criticar la producción científica (los más o menos inspirados por Th. S. Kuhn, los autores de las Escuelas de Edinburgo y Bath en la SSK, ciertas ramas del constructivismo social, Bruno Latour ―-al menos hasta su “conversión” y autocrítica parcial―-, P. K. Feyerabend…) y, de modo más general, con los movimientos críticos con tendencia hacia las consecuencias de carácter relativista (algo bastante presente en las discusiones sobre posmodernidad, deconstrucción y demás etiquetas asociadas a la French Theory, por ejemplo; cf. Cusset, 2005). De ahí que, en su momento, su filosofía fuese saludada como un excelente correctivo crítico a las pretensiones exacerbadas de la cosmovisión científica, y útil de cara a ciertos proyectos más o menos “revolucionarios” y “emancipadores”. La dualidad en su recepción la resume así Lars Hertzberg (2009, p. 29, traducción mía):

La amplia aclamación que obtuvieron Ciencia social y filosofía y “Understanding a Primitive Society” estuvo conectada con el modo en el que estos textos parecieron ligarse con el espíritu de los tiempos. Muchos lectores dieron la bienvenida a la Weltanschauung que creyeron expresada en ellos: Winch, así les pareció, estaba dejando expuestas las pretensiones universalistas de la ciencia occidental y su racionalidad. Mientras otros, por supuesto, criticaron a Winch como a un abogado del relativismo cultural y, por ello, como a un traidor de la cosmovisión científica, una traición que pareció particularmente atroz, dado que se originó en el propio seno de la filosofía analítica.

Ahora bien, frente a quienes, con sean cuales fueren sus intenciones, parecieran querer llevar el relativismo hacia consecuencias radicales, bordeando la mera anarquía epistemológica y hasta el nihilismo ontológico en ciertos casos, Winch no limita su filosofía a la pars destruens, sino que hay una desarrollada pars construens que pretendería ―-idealmente―- alcanzar un conocimiento adecuado de la realidad, y otorgaría los procedimientos y herramientas para alcanzar esto. De hecho, el propio Winch se opone explícitamente a no contar con un asidero en la realidad con el que constrastar las propias ideas y creencias, a riesgo de “caer directamente en un relativismo protagoreano extremo, con todas las paradojas que éste conlleva”. (Winch, 1964, p. 308, traducción mía).
Quizá el problema fundamental, por el que ciertos críticos van a leer a Winch directamente como a un “mero” relativista, es su negación de que el científico sea el paradigma de racionalidad por excelencia, el único aspirante con el crédito suficiente para alcanzar la corona cuyo prestigio permite el acceso privilegiado a la realidad. Su insistencia, por ejemplo, en la comprensión aplicada a la inteligibilidad de la realidad social, su exigencia de empatía en el analista y su negación de la apelación a los mecanismos causales, no haría más que introducir, y aún demandar, el anatema del sesgo en el análisis de la realidad. Más aún: como criticara Habermas (cf Marrades Millet, 1998, pp. 65 y ss.), la comprensión lingüística ―-y social―- depende de la inmersión en las formas de vida de las que forma parte de modo indisociable y particular, lo que complicaría, así expuesto, la comunicación entre lenguajes diferentes con formas de vida distintas, dificultando la extracción de ese mínimo común en forma de “metalenguaje universal” que, para el alemán, sería el horizonte compartido capaz de sostener una comunidad ideal de diálogo intercultural.
Por otra parte, donde tal vez Winch parece ser más explícitamente relativista es en su propuesta de neutralidad axiológico-epistemológica en el analista filosófico. Ya hemos visto cómo cada estilo de acercamiento a la realidad, en sus versiones parciales y, digamos, endogámicas, resulta, para Winch, a priori al menos igualmente válido que cualesquiera otro: religioso, histórico, social, científico o artístico, entre los ejemplos dados por el autor, son estilos epistemológicamente y axiológicamente neutros desde la perspectiva del analista. No hay jerarquías entre ellos, no hay preeminencias ni accesos privilegiados. No faltará quien señale con el dedo y grite con escándalo: “¡todo vale!” ante semejante panorama. Ahora bien, hay que tener en cuenta que, como señalaba Hertzberg, la filosofía de Winch se genera en un caldo de cultivo donde la cosmovisión científica es dominante casi hasta el sonrojo, con lo que, puestos a generar una crítica, parece obvio que Winch cargara las tintas sobre el “estilo” que percibió, en su contexto, como el hegemónico. No costará imaginar, sin embargo, un contrafáctico en el que, digamos, un monje de una sección eclesiástica particularmente conservadora estableciera unas exigencias de neutralidad similares, en el fondo, a las wincheanas. Probablemente, los dardos hubieran tenido un objetivo muy distinto.



BIBLIOGRAFÍA

Cusset, François. (2005). French Theory. Foucault, Derrida, Deleuze & Cía. y las mutaciones de la vida intelectual en Estados Unidos. Barcelona: Melusina
Hertzberg, Lars. (2009). Philosophy as the art of disagreement. On the Social and Moral Philosophy of Peter Winch. From ontos verlag: Publications of the Austrian Ludwig Wittgenstein Society - New Series (Volumes 1-18), vol. X.
Latour, Bruno. (2007). Nunca fuimos modernos. Buenos Aires: Siglo XXI.
Marrades Millet, Julián. (1998) Comprensión del sentido y normas de racionalidad. Una defensa de Peter Winch. CRÍTICA, Revista Hispanoamericana de Filosofía Vol. XXX, No. 89: 45–93
Von Wright, G. H. (1979). Explicación y comprensión. Madrid: Alianza.
Winch, Peter. (1972). Ciencia social y filosofía. Buenos Aires: Amorrortu.
(1964). Understanding a Primitive Society. American Philosophical Quarterly, Vol. 1, No. 4, pp. 307-324. Illinois: University of Illinois Press.

NOTAS
(1) En, básicamente, el sentido que le da G. H. von Wright (1979), distinguiéndolo del modelo de la explicación en ciencias.
(2) Uso la tradicional distinción entre filósofos “analíticos” y “continentales” por pura economía, que no por convicción en el rigor absoluto de la misma. Sobre la “superación” de esta distinción, en cuanto, por lo menos, al uso indistinto de autores, problemáticas y aun “estilos” de una u otra tradición en un mismo proyecto, vid. los trabajos de los autores encuadrados en el Realismo Especulativo, como Quentin Meillassoux o Ray Brassier.
(3) Compárese con la función mediadora del texto científico entre la realidad ontológica y la realidad social en Bruno Latour. Para éste, en los textos científicos (y su hermenéutica): “en verdad se trata de retórica, de estrategia textual, de escritura, de puesta en escena, de semiótica, pero que de una forma nueva conecta a la vez la naturaleza de las cosas y el contexto social, sin reducirse no obstante ni a una ni a otro.” (2007, p. 20)

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